Dice Santos Guerra «los alumnos aprenden de aquellos docentes a quienes aman». Y creemos también que la felicidad de los docentes es esencial para que puedan realizar adecuadamente sus tareas.
No somos los docentes máquinas de enseñar y los alumnos máquinas de aprender. El verbo aprender como el verbo amar no se pueden conjugar en imperativo. Por eso es fundamental despertar el amor al aprendizaje.
Hay que detenerse a enseñar a pensar, a manifestar las ideas propias, a saber buscar el por qué de las cosas y no conformarse con lo que expone un libro o un documento. Hay que potenciar la creatividad y la participación de nuestros alumnos, solo así, consideramos que se puede alcanzar una escuela transformadora que cree alumnos pensantes y llenos de ideas.
Y esto nos lleva a recorrer un camino que cada año se renueva, pero mantiene y sostiene nuestra clara convicción de que es la familia junto a la escuela las que deben brindar a sus hijos, nuestros alumnos, las herramientas para crecer, para desarrollarse, para transformarse en sujetos activos y protagonistas de su propia historia.
Estamos seguros que tendremos un buen año y queremos convocarlos a un trabajo colaborativo, el cual exige aportar lo que cada uno sabe, de la mejor manera posible, porque en el encuentro está la riqueza del aprendizaje.